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miércoles, 22 de diciembre de 2021

Ficciones

A Borges no te lo puedes llevar a la cama y punto. A Borges hay que mirarlo con un exquisito detenimiento. Hay que estudiarlo con concentración. Hay que tratar de entenderlo, descifrar su mente y entonces, máximo, puedes sentarte con él, un café de por medio, y un diccionario. Borges no quiere enamorar a primera vista.


Hay libros que te llevas al lecho antes de dormir, los lees, te atrapan, te acompañan hasta que el sueño te invade y luego los cierras dejando una marquita; pero esto no sucede con Jorge Luis Borges, en mi opinión, el autor argentino concibió su obra para ser leída, e indagada, en la dignidad de una biblioteca.


Borges decía que si un libro no te gusta, no lo leas. Si yo hubiese seguido su consejo habría confinado su libro «Ficciones» en el último rincón de mi modesta biblioteca; pero no puedo estar de acuerdo con él en ese aspecto. Los libros, como los amores, no siempre ocurren a primera vista. A veces tienes que dejar que te conquisten y otras veces los tienes que conquistar. Este título que abrí y abandoné muchas veces se convierte en una conquista para mí. Leer a Jorge Luis Borges, el poeta, me resultó un camino llano y emocionante, leer a Borges, el cuentista, fue una cuesta empinada.

«Ficciones», un libro difícil.

El principal problema con el que me crucé, es que tan en serio te cuenta sus ficciones Borges que de verdad no queda claro en qué punto la realidad y la ficción se cruzan, se intercambian de ropa, se usurpan y te miran con idéntica expresión. Este libro publicado, en varias partes, desde 1941 (y luego compilado) habrá sido un verdadero enigma para los lectores de la época. Hoy nos basta con hacer búsquedas cibernéticas para entender si «tal lugar» o «tal personaje» citado por Borges existen y si son como los plantea, ¿pero en 1941? Quizá eran lectores más tenaces y los que no lo abandonaron tal vez hicieron romerías por las bibliotecas para entender qué era cierto y qué era fantasía. No habrán sido pocos los interesados. 


El libro que es relativamente corto, está compuesto por dos partes y 16 cuentos. Ninguno demasiado largo, pero casi todos complejos. En torno a este título se han escrito libros, tesis e incluso dado clases para entender a Borges. A partir de este texto se adopta también el término «Borgiano» o «Borgeano», ambos correctos, para hacer referencia al autor y a las características de su literatura.

Después de muchos intentos, abandonos, retornos, conquistas y reconquistas vengo a plantar mi banderita lectora en ese espacio Borgeano que ahora conozco y logró imaginar muy bien. «Ficciones» es un libro que vale la pena leer porque convoca a la lectura activa, enriquece e intriga. El texto aborda temas como el tiempo, las probabilidades, los sueños (como actividad onírica), el azar y el destino, entre otros; y también propone ideas como libros infinitos, juegos de ajedrez sin fin o laberintos interminables. En el cuento «El Sur», Borges narra, aunque en la piel de otro personaje, el accidente que le abrió la cabeza y casi le causa la muerte, en diciembre de 1938, ese es por lo tanto, un cuento con alto contenido autobiográfico. 

«Ficciones», fruto de un accidente 

Hasta 1938 Borges había escrito poesía y ensayos. Pero fue aquel diciembre el que le cambió la vida y el rumbo literario. Era de noche, iba de prisa en su casa y no vio el filo de una puertilla abierta, quizá de una ventana, ésta le causó una herida considerable en la cabeza, seguida por una hospitalización y una septicemia. En su recuperación Borges creyó que no sería capaz de escribir nunca más, y por eso no intentó ni ensayo, ni poesía, prefirió escribir algo nuevo por si fracasaba, para que nadie lo compadezca y diga que «ya no podía de hacer lo que hacía». Se decidió por alguna ficción y así nació «Pierre Menard, autor del Quijote» y en consecuencia todo el resto de sus cuentos fantásticos. 

Borges, una rareza. 

Me costó mucho encontrar algún adjetivo que logre englobar al autor. Concluyo que Borges es mucho más que su obra y que Borges fue un universo aparte, entonces entiendo eso de «Universo Borgeano», sí, y es que el autor parecía moverse en otro tiempo y espacio. Su poesía es conmovedora, sus cuentos enigmáticos, sus ensayos convocan y tan grande fue su amor por la lengua que traspasó la barrera de los idiomas. 

Fue un niño bilingüe, su lengua madre se debate entre el inglés y el español. Fue miope desde siempre y quizá por ello fue tímido e ensimismado. Sus horas las pasaba leyendo libros en la biblioteca de su padre, lo que no sería ningún prodigio si no tomamos en cuenta que era una criatura de 6 años. A los 9 años tradujo «El príncipe feliz» de Oscar Wilde, la traducción fue publicada por El País. Aquello no fue noticia porque firmó como Jorge Borges, los lectores creyeron que era el trabajo de su padre. No los culpo, ¿quién iba a pedir precisiones si el hijo era tan pequeño? 


Nació en Argentina, pero vivió en Ginebra en sus años de adolescencia donde estudió en francés y latín, de forma autodidacta emprendió el camino de aprender alemán y lo logró. Este conocimiento de las lenguas (contemos: español, inglés, francés, latín y alemán) y su manejo casi memorístico de la literatura le ayudó, primero, a leer obras en sus lenguas originales y también, en muchos casos, a traducirlas. Regresó a Argentina en 1921 y empezó su camino como poeta. publicó su primer libro en 1923. A lo largo de su vida escribió más de 40 títulos.


A pesar de ser un prolífico escritor, Borges quería ser, sobre todo, un lector y ese es uno de los aspectos que más me conmueve de su ser: el reconocimiento por la obra del otro.

«Que otros se jacten de lo que han escrito, a mí me enorgullece lo que he leído». 
Jorge Luis Borges.

«Para mí Borges es el lector más importante en la historia de la humanidad». 
Alejandro Vaccaro, (biógrafo). 


Una especie de Quijote

Mi percepción (muy personal) es que a Jorge Luis Borges le hizo falta el fuego abrasador de la pasión. No estoy segura si conoció el amor, a pesar de que se casó en dos oportunidades, la primera por compromiso y la segunda por gratitud. 


Aunque él se decía «enamorado desde siempre de la misma mujer, que era, en todo caso, una mujer diferente cada vez», Borges como «El caballero de la triste figura» se enamoró de sus libros y necesitaba una amada, porque eso dicen los libros, ¿las habrá inventado como el Quijote a Dulcinea? Lo cierto es que él no fue amado las veces que amó, así se lo contó a su segunda esposa, y así lo confesó, aunque muy poco en su obra.

Sus amigos más cercanos identificaron a Estela Canto, una escritora que conoció cuando él tenía 44 años, como a su amada y su musa; de hecho el cuento «El Aleph» fue dedicado a ella. Sin embargo, Canto no pudo corresponderle y se negó a su propuesta de matrimonio. Quizá por ella este tipo de versos:

«Me duele una mujer en todo el cuerpo». 
Jorge Luis Borges


Una especie de Beethoven

Salvando las diferencias, a ambos genios los une una desgracia: sus pasiones están obstaculizadas por sus discapacidades. La sordera de Beethoven fue progresiva e hizo música a pesar de ella. La ceguera de Borges también fue avanzando «como un lento crepúsculo» hasta hacerse total y siguió haciendo literatura cargando su cruz. Ambos crearon: uno en silencio y el otro en una insobornable neblina. 


«La ceguera es una forma de soledad». 
Jorge Luis Borges. 

Según su propio testimonio en su «Conferencia sobre la ceguera» el «patético momento» en que el autor se dio cuenta que ya no podía ver fue cuando lo nombraron director de la Biblioteca Nacional de Argentina, a finales de 1955; entonces lo supo, ya no era capaz de distinguir lomos, contratapas o cubiertas de los libros que tanto amó en su vida. Llegó a morar su concepto de paraíso- una biblioteca- pero ya no lo podía ver. 

«Nadie rebaje a lágrima o reproche 
esta declaración de la maestría de Dios, 
que con magnífica ironía 
me dio a la vez los libros y la noche». 

Jorge Luis Borges.

Los tres Borges.

Tres son las facetas muy marcadas en la vida literaria del autor: la primera como poeta, lector y escritor autónomo. La segunda, (después de su accidente) como autor de cuentos, lector y escritor, aunque ya con muchas dificultades: recurría a otras personas, usaba lupas, se acercaba demasiado a las letras, etc. Y la tercera, es como un autor multidisciplinario, aunque totalmente dependiente en cuanto a la lectura y a la escritura. En esa tercera fase era su madre, Leonor Acevedo, quien le leía los textos que le interesaban a Borges, y sus amigos más cercanos escribían lo que les dictaba, luego de la muerte de su madre (a los 95 años) fue su esposa, María Kodama, quien fue una suerte de asistente para él y quien le leía y escribía lo dictado. 



El Nobel negado 

Jorge Luis Borges fue un permanente candidato al Premio Nobel de Literatura y aquello se repetía año tras año, durante tres décadas. Fue en 1976 en que se filtró su nombre como el virtual ganador del galardón. Sin embargo, ese año el escritor, que por cierto era conservador, recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Chile, y horas después se reunió con Augusto Pinochet. En un polémico discurso aseguró que en Chile se estaba salvando «la libertad y el orden». Esas sus palabras pesaron como plomo y la Academia Sueca descartó su nombre de inmediato y para siempre; Borges nunca recibiría la máxima distinción literaria. Más tarde el autor se arrepintió públicamente de su discurso y de su posición respecto a las dictaduras, pero no por el negado premio Nobel, sino por haber oído por horas los relatos de los horrores de los regímenes por parte de los torturados y las Madres de Mayo.


Hace no mucho leí una frase que no he logrado encontrar de nuevo, no recuerdo tampoco a su autor, pero al texto decía: «En todo caso, es el Premio Nobel el que no tiene el honor de contar con Borges y no al contrario». Estoy de acuerdo, porque más allá de sus posiciones políticas no se pudo obviar al autor que marcó un antes y un después en la historia de la literatura del siglo XX, y me refiero al realismo mágico. 

Datos

Borges, el de los poemas «ya no es bello el mundo, te han dejado», Borges el de las ficciones que nos obliga a investigar su universo, Borges el lector incansable, Borges el caballero de la ciega figura, nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899. Fue bibliotecario, profesor, poeta, ensayista, cuentista y traductor. Murió en Suiza a los 86 años a causa de un cáncer pulmonar. No quiso ser enterrado en Argentina para que no se haga un espectáculo de sus despojos. Sus restos reposan en el cementerio Plainpalais de Ginebra- Suiza. Su lápida, como su vida, es todo un universo a descifrar (y descifrado), pero esa es otra historia. 



“He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz”.

Jorge Luis Borges. 




jueves, 2 de diciembre de 2021

La ridícula idea de no volver a verte

Creí que en mi vida había escrito intensas cartas de amor, hasta que leí las de Marie Curie. A Marie la conocemos por sus descubrimientos científicos, sus Nobel (1903-1911) y su semblante de seriedad inquebrantable, pero Rosa Montero nos ofrece un hermoso retrato de la mujer sensible que era dentro de aquellas capas de hierro, o mejor dicho, de radio.
 

Cuando la escritora española Rosa Montero estaba atravesando el duelo por la muerte de su marido Pablo, ocurrida en 2009, llegó a sus manos un brevísimo, pero desgarrador texto. Era el diario que Marie Curie había escrito luego de la muerte de su esposo Pierre, en 1906. Pierre tuvo una muerte intempestiva y violenta (fue aplastado por un coche de caballos), él había sido su esposo, su compañero de investigaciones, el padre de sus hijas, pero sobre todo, su más profundo amor. Aquel día los Curie se despidieron como de costumbre «luego ya sólo te vi muerto», escribe Marie. El cuaderno de duelo que escribe la científica tras el evento es una muestra evidente de que no hay cerebro, por privilegiado que sea, capaz de asimilar, con lógica, la brutalidad de la muerte. 


Con muchas décadas de distancia Rosa Montero también atravesaba su pérdida y de aquel dolor sale este libro que me ha parecido maravilloso. «Este no es un libro sobre duelos, o no solamente», aclara la autora y no se equivoca, Montero ofrece un enriquecedor pantallazo biográfico de Marie Curie, la científica, de Marie Curie, la viuda y de Marie Curie, la amante. En fin, de Marie Curie, la mujer. 


Pero también está ella misma, la autora, y aunque parece resistirse a la autobiografía, están los retazos de su alma en duelo. Montero abarca en su texto la belleza de la vida y la tenacidad de la muerte. Pero también la magia de la convivencia con la pareja, ese amor y esa tolerancia que tenemos a las manías del otro, a la intimidad, al lecho y al cada día. 


Volvamos a Marie. Cuando estaba en segundo de secundaria mi profesor de biología nos increpó con toda seguridad, (aunque con más retorica que otra cosa): «Obviamente, jóvenes, ustedes conocen a Marie Curie», y miró nuestras ignorantes expresiones con desprecio, creo que era lo que esperaba. «¿Ah, no? ¿No la conocen? Bueno, no me sorprende viniendo de ustedes», nos desahució. «Nunca más en su vida se olviden: Marie Curie descubrió, junto a su esposo, el polonio y el radio y fue la primera mujer en ganar un Premio Nobel». Nunca más lo olvidé, aunque tampoco me quedaron ganas de preguntarle para qué servían el polonio y el radio. 

Lo cierto es que Marie lo descubrió; descubrió la radioactividad y sus investigaciones le dieron un sitio al que, hasta ella, solo tenían acceso los hombres: el mundo científico. De allí que la vemos romper la hegemonía masculina en las fotos de congresos. Y sus colegas la tomaban en serio, Albert Einstein, por ejemplo, no solo era uno de ellos, sino que también era su amigo y la admiraba, como bien lo cuenta Montero.


Pero el libro de Rosa Montero tampoco se trata de las hazañas científicas de Curie «o no solamente», como diría ella misma. Yo diría que es un libro que se trata de pasiones, de vocaciones, de amores, de duelos, de amistades, de maternidad y de ese indefinido rol de la mujer en el trascurso de la historia. 

«La ridícula idea de no volver a verte» es un libro conmovedor, que más de una vez me arrancó lágrimas, y me hizo pensar que el amor y el duelo siempre duelen lo mismo a pesar de los siglos, las historias, las mentes y los corazones. Hay algo en la muerte que nos convoca a todos y hay algo en el duelo que también nos hace uniformes de alguna manera. 


Como no estoy demasiado acostumbrada a la literatura reciente, y suelo recaer más en los clásicos, vi con mucha satisfacción y sorpresa los pasos que la literatura intenta dar a la par de la tecnología. Ya que nos hemos vuelto seres mucho más visuales el libro contiene fotos para ilustrar las narraciones y los aspectos de los personajes; y como es sabido, una imagen habla más que mil palabras. También me sorprendí al ver que varias expresiones tenían añadidas etiquetas («hashtags»), son sin dudas #NuevasFormasDeEscribir.

Rosa Montero nació en Madrid, España, el 3 de enero de 1951. Es escritora y periodista. Es autora de 17 novelas y recibió al menos 25 premios, entre los que se destacan el Premio Mundo de Entrevistas, de 1978 y el Premio Nacional de Letras Españolas en 2017. Reconocimientos merecidos.  




miércoles, 24 de noviembre de 2021

Las mil y una noches

Dicen que la curiosidad mata y si no, habría que preguntarle al gato que ha gastado todas sus vidas en ello. Sin embargo, puede que la curiosidad también salve.


«Las mil y una noches» es un libro mágico. No podría describirlo de otra manera. Está lleno de fantasía: de genios, de hechizos, de palacios, de tesoros; de amores que enferman y de separaciones que matan. Entre toda la magia que encierra, está también su gran enigma, «Las mil y una noches» es un libro escrito, aproximadamente el año 850, bajo el manto del anonimato. Este es por lo tanto, un libro que pasó a la historia sin que hayamos conocido jamás a su autor, o a sus autores.


Se cree que fueron varios los cuentistas que elaboraron este título, que es una compilación de las leyendas que circulaban oralmente entre los ciudadanos que poblaban el Oriente Medio del siglo VII, porque sí, «Las mil y una noches» es una de las obras más importantes de la literatura árabe, convertida después en uno de los títulos fundamentales de la literatura universal. De aquella influencia vienen cuentos tan conocidos por nosotros como «Aladino y la lámpara maravillosa» o «Alí Babá y los cuarenta ladrones», añadidos al libro en el siglo XV.


El texto que está ambientado en India, Egipto, Bagdad y China entre otras regiones del Oriente, hizo su importante llegada a Europa el año 1704 con la primera traducción a iniciativa del arqueólogo francés Antoine Galland. De allí en adelante fueron varios los traductores de la obra en diferentes lenguas, que tomaron el original; y son por lo tanto muchas las versiones de ésta. Algunas tienen más de cuatro mil páginas, otras no pasan las quinientas. Esto obedece a que al trascurrir de los años se fueron incluyendo más cuentos a la historia para lograr mil y una noches de narraciones. El texto original que obtuvo Gallad tenía no más de 300 noches de relatos. De todas maneras, en español, la traducción más extensa de la obra la logró el escritor y periodista Vicente Blasco Ibañez y abarca 17 tomos. 


Al leer este libro comprendí la importante inclinación que tiene el ser humano por conocer historias; historias ajenas. Si así no fuera no nos pasaríamos horas leyendo libros, viendo películas o enganchados a temporadas y temporadas de series, que dejan un tremendo vacío cuando terminan. Y fue esa inclinación por la historia, esa curiosidad por lo que sigue, la que fue capaz de salvar la vida de la narradora. Cada noche la joven Shahrasad salva su vida contándole una historia al rey que deja incompleta con la promesa de que la reanudará si a la noche siguiente aún vive: «Si la próxima noche aún sigo con vida, y su majestad el rey me lo permite, os contaré el resto de la historia que es mucho más sorprendente todavía», sugería la  mujer a quien el rey terminaba perdonándole la vida para que termine el fantástico relato que había dejado inconcluso. 

El papel de la mujer en la obra  

Si bien hice hincapié en que el autor de la obra es desconocido, podría asegurar que su creador, o sus creadores, fueron hombres. El libro parte con un cuento acerca de la «perfidia de las mujeres», es precisamente por la infidelidad de ellas que Shahrasad está condenada a la muerte como todas las mujeres del reino del rey Shahrayar «Es sabido que la concupiscencia de las mujeres es mayor que de los hombres», sentencia uno de los personajes del libro; y con la muerte pagaban las mujeres esas infidelidades. 


Sin embargo, y para mi sorpresa, me encontré con mujeres mucho más empoderadas en su sexualidad y deseos que las que la literatura retrata más adelante. Me viene a la mente, por ejemplo, el libro «Lo que el viento se llevó», una obra escrita el siglo pasado y en el que las mujeres tenían tal pudor y vergüenza de su naturaleza que los embarazos los trascurrían encerradas en sus casas y nadie se refería a sus estados. «En las mil y una noches» se reconoce a las mujeres como sujetos deseantes y deseados; el sexo no es un vil pecado ni el matrimonio la obligación de los que han fornicado, aunque el pecado mortal de las mujeres en este libro es, como lo he dicho, la infidelidad. 

Géneros literarios

«Las mil y una noches» tiene como género predominante al cuento. Aunque también apela a la fábula, la poesía, el relato y la novela corta. Si tomamos en cuenta el año de su creación podríamos decir que a todas luces fue una obra maestra que ha traspasado los siglos.


«Las mil y una noches» es, posiblemente, el título más mencionado por otros autores en sus propias obras, lo menciona Kundera, Saramago, Allende, Cabral y Borges, entre otros, y es que este libro tiene, entre tanta magia, la más importante: despierta a lectores y abre el universo en la mente de los escritores. Quizá sea uno de los tantos genios que habita la obra el que se aloja definitivamente en los espíritus literarios. 


sábado, 2 de octubre de 2021

Una habitación propia


Para escribir este texto he tomado cinco noches, no por un defecto de lentitud, aunque lo tengo, sino por mis ocupaciones maternas. Iniciaba cuando mis hijos pequeños por fin dormían. Durante el día algunas ideas salían a flote, y antes que naufraguen en el mar de mis pensamientos, para atraparlas, las escribía en el primer papelito que veía, y así lo reunía con otros tantos que volvía a leer en la noche, cuando tenía el silencio y el tiempo para organizar mis ideas, porque las continuas demandas a la madre habían cesado.

Y de eso precisamente habla este libro. Virginia Woolf expone la problemática de las mujeres y las novelas. ¿Por qué no han producido las mujeres tantos textos como los hombres a lo largo de los siglos? Lo más probable es que las mujeres estaban criando hijos. Según Woolf muy pocos registros hay de mujeres lectoras y escritoras antes del siglo XVI. Lo que queda en los registros son mujeres parturientas cada año y eso hasta el siglo pasado.


«Una habitación propia» es un ensayo escrito por Virginia extraído de sus conferencias en las que hablaba con mujeres acerca de este tema. Es un texto que reivindica a la mujer en su derecho a producir arte y la obligación de la sociedad a dejarla que eso suceda, sin interrumpirla cuando crea. Porque entre la mujer y la literatura existe una relación aún tortuosa, quizá en los tiempos de Woolf más evidente. Las mujeres a penas habían conquistado el derecho al voto y eran por excelencia amas de casa, escribían solo las que tenían una fuerte vocación a la inquietud mental, alguna irreverente, una privilegiada, o extrañamente intelectual, y es que las mujeres no tenían un fácil acceso a la educación superior.


Virginia Woolf publicó su ensayo en 1929, es decir hace casi cien años. Lógicamente en casi un siglo algo tuvo que cambiar, ¿no? ¿Qué pensaría hoy la autora? Yo supongo que lo mismo, que la relación entre la mujer y las novelas aún no es una relación fluida. La única diferencia es que ahora las mujeres somos amas de casa de closet. Las mujeres (con hijos) que quieren producir tienen dos opciones: o delegar el cuidado de su prole y de su casa a terceros (con todo el sentimiento de culpa que ello implica) o ganarle horas a la noche y a las madrugadas y tratar de hacer algo con su inteligencia. Y si alguien se pregunta ¿pero y el padre? El padre puede estar o no estarlo, su presencia no exime a la mujer de su rol materno.


Una mujer que escribe es constantemente interrumpida, aseguraba Virginia, algunas bocas la llaman mientras trata de crear, no tiene la libertad moral ni de lenguaje que un hombre, pero sobre todo carga el estigma de no estar en sus cabales (y es posible que realmente no lo esté mientras reprime a su energía). Por otra parte, la autora explica que desde ya quien escribe tiene que soportar la indiferencia del entorno, ¿realmente a alguien le importa lo que uno escribe? Posiblemente no, pero en el caso de las mujeres no se trata solo de indiferencia, decía Woolf:

«La indiferencia del mundo que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad. El mundo no le decía a ella como les decía a ellos: 'Escribe si quieres; a mí no me importa nada'. El mundo le decía con una risotada: '¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?'». Virgina Woolf.


Virginia Woolf es una autora que a lo largo del tiempo ha sembrado inquietudes por dos razones. Por un lado está su obra y su feminismo, pero por otro su locura y su suicidio.

En cuanto a su producción literaria Woolf supo imponerse a un mundo intelectual hecho a la medida de los hombres. Aunque no accedió a la educación universitaria se formó sola, leyendo cuanto pudo de la biblioteca de su padre. Más tarde formó parte de círculos de intelectuales londinenses donde no solo un día llegó ante la incomodidad de todos los miembros varones, sino también donde luego se instaló y prácticamente fue el eje. En su vida publicó nueve obras y fue una autora de renombre.


Pero Virginia convivía con sus fantasmas. La autora sufría de un trastorno maniaco depresivo, lo que hoy se conoce como trastorno bipolar. Aunque se repuso a sus crisis más severas un día decidió que no se sometería a otra recuperación y en cuanto vio acercarse la sombra de una nueva crisis escribió una carta, se despidió de su marido, salió a caminar, fue llenando poco a poco sus bolsillos con piedras y se hundió lentamente en el río Ouse.



Claudia Campanini.

jueves, 2 de septiembre de 2021

La metamorfosis


«La metamorfosis» de Franz Kafka, es un pequeño libro que abre un gran universo. En torno a esta peculiar historia se han reunido, a lo largo de los años, pensadores, escritores, psicoanalistas, filósofos, etc. Todos ellos dieron sus explicaciones sobre lo que quiso plantear Kafka en un relato donde un hombre se despierta un día convertido en un  insecto, ante el horror y la consternación de su familia.

Es ciertamente imposible, absurdo y altamente inverosímil que algo semejante suceda. Por eso, los pensadores dieron muchos nombres a lo escrito por el autor. El texto quedó acomodado dentro de «la literatura de lo absurdo».

En el escenario inmediato de la novela tenemos a un hombre convertido en insecto y a una familia que queda herida ante la transformación, dolida, con cierta repugnancia; pero también, y de alguna manera, comprometida emocionalmente con el insecto, mientras echan de menos al que fue antes del terrible suceso.


La interpretación que se ha dado al texto tiene tantos matices como lectores. Algunos plantean que se trata de una crítica a la sociedad y al hombre como actor de ella, otros hacen hincapié en el conflicto parento-filial e incluso hay quienes afirman que se trata de un texto feminista, pues quien toma las riendas de las decisiones de la familia en adelante es Grete, la joven hermana de Gregor Samsa, el hombre insecto. 

Yo le daría una interpretación más simple. Lo planteando por Kafka no es, en mi opinión, tan irreal ni tan complejo; creo que es más común de lo que parece. Por supuesto que nadie se despertará un día siendo literalmente «un bicho raro» (desde lo externo), pero quizá sí desde lo interno. A todo ser humano le espera el día crucial en su vida que lo transformará. 

Considero que de eso se trata «La metamorfosis», del día que cambias y los tuyos te extrañan. Es la mujer con cáncer a cuya habitación la familia entra (aunque no quisiera entrar) como a una catedral de la tristeza, con miedo y dolor. Es la persona cuya mente se ha encerrado donde nadie más desea acompañarla. Es incluso el hijo que decide confesar su verdad inesperada. 

Con el uso de la imagen familiar, Kafka pone a sus lectores contra la pared y los interpela. ¿Son capaces las personas de enfrentar su dolor y su miedo para aceptar las adversidades del otro?

En lo personal, esta es una novela que me ha generado cierta angustia. Una suerte de empatía tanto con el protagonista, a quien al menos me hubiese gustado voltear un par de veces para que camine tranquilamente, pero también con los suyos, avasallados por el cambio. Es una obra que convoca emociones difíciles. 

El relato es muy corto, depende del tamaño de las letras, las dimensiones del libro y el diseño editorial, pero en todo caso no sobrepasa las 60 páginas. «La metamorfosis» fue publicada por primera vez en 1915, en dos partes, en la revista alemana «Die Weißen Blätter», meses más tarde se presentó como libro. Fue una de las pocas obras puestas a la luz por el mismo Kafka; la mayoría son póstumas. 


La historia de una traición (y admiración)

La vida de Kafka fue tan enigmática como su Metamorfosis. Un sinnúmero de investigadores ha dedicado su vida para tratar de conocer al escritor en un plano más íntimo. De allí nace una corriente denominada «kafkiana» que se dedica a escribir sobre el autor o bajo su influencia. La Real Academia de la Lengua incorporó el termino «Kafkiano» como un adjetivo relacionado con la obra del autor, pero también lo incorpora para describir situaciones trágicas o absurdas. 

A Franz Kafka no lo conoceríamos hoy si su mejor amigo no lo hubiese traicionado, o no hubiese traicionado, al menos, su última voluntad. En su lecho de muerte Kafka escribió su decisión sobre toda su obra. La carta iba dirigida al también escritor, Max Brod a quien le encargaba que todos sus manuscritos (relatos, cartas y diarios) sean quemados sin ser si quiera leídos. 


Tras un conflicto moral y artístico Brod decidió no obedecer el pedido de su amigo en quien veía un gran talento. Cuando los nazis ocuparon Praga lo único que empacó Brod para escapar a Palestina fue la obra de Franz. Así fue que tiempo después compiló, ordenó y publicó algunos de sus escritos. Interpelado por los periodistas argumentó que el mismo Kafka estuvo corrigiendo algunas de sus obras antes de morir y que su pedido de eliminar toda su obra surgió en un momento de «depresión temporal». 

Pero no todo fue publicado, miles de hojas escritas por Kafka permanecieron casi un siglo bajo llave. En el momento de su muerte Max Brod le ordenó a Esther Hoffe, su amiga y secretaria, que «El archivo Kafka» sea donado al «Archivo Nacional de Jerusalén» o a otra institución, este último detalle: «o a otra institución» le sirvió de pretexto a la heredera. Continuando el legado de omitir moribundas voluntades Hoffe tampoco cumplió el último pedido de Max y decidió vender algunas de las obras de Kafka. Es el caso del manuscrito de «El proceso» que en 1988 fue subastado por un millón de libras y luego recuperado por Marbach, el archivo de literatura alemana. 

Al morir, la poco diligente secretaria, heredó los documentos a sus hijas. Una de ellas los poseía en un extraño departamento con cientos de gatos y objetos acumulados. Tras una larga batalla legal entre la acumuladora de felinos y la Biblioteca Nacional de Israel el archivo Kafka pasó, en 2015, definitivamente a tuición judía. 

Obras inéditas.

En la caja de la discordia que fue salvada de nazis, coleccionistas, fetichistas y gatos se encuentra una importante cantidad de manuscritos de Kafka. Hace un par de meses y con algarabía la Biblioteca Nacional de Israel anunció su digitalización y puesta en línea (se trata de un escaneo de los documentos originales). En el archivo se hallaron cartas a sus padres y amigos, relatos autobiográficos, cuadernos de hebreo y dibujos. 

Kafka, como Van Gogh, no pudo ni ver ni sospechar el rotundo éxito de su obra. Sus publicaciones en vida fueron ocho, cuatro de ellas en revistas. Estoy segura de que su peculiar imaginación no le hubiera alcanzado para prever que un día sería referente del pensamiento filosófico, psicológico y literario. De lo que no estoy segura es si esta sobreexposición se le habría hecho agradable, posiblemente no. Kafka era el tipo de artista que le gustaba crear, pero con un bajo, bajísimo perfil.

No solo la obra de este escritor pasó por disputa de propiedades. Él mismo, como individuo, es una causa de disputa entre países. Kafka nació en 1883 en Praga, en el entonces Imperio austrohúngaro (Austria Hungría) que era habitado por checos, alemanes y judíos. Kafka era hijo de judíos y se reconocía como tal, pero se educó, hablaba y escribía en alemán. Desparecido el Imperio austrohúngaro, Kafka pasa a los anales de la historia como un escritor checo-judio de formación alemana. «Era judío» insiste Israel, que ahora goza de la tuición de su obra; Alemania retruca que toda ésta está escrita en lengua germana y considera por lo tanto que era un escritor que pertenece a la cultura alemana. Para cerrar la discusión los mas poéticos concluyen que Kafka es del mundo.

Franz Kafka murió el 3 de junio de 1924 a los 40 años en Austria, víctima de una tuberculosis. Jorge Luis Borges escribió sobre él: «De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria» al momento el argentino confiesa «Yo quería ser como Kafka».

Y quizá ahí radique la magia de Kafka. Solo Kafka es Kafka porque solo él no quiso serlo. 



Claudia Campanini 

miércoles, 18 de agosto de 2021

Lo que el viento se llevó

Evocando su nostalgia heredada por una tierra rojiza, puestas de sol memorables y blancas plantaciones de algodón, Margaret Mitchell nos instala en 1861 y nos muestra un mundo ya desaparecido los Estados Confederados de América. «Lo que el viento se llevó» fue la única novela que la autora escribió en su vida, pero le significó el premio Pulitzer de 1937 y una de las más importantes adaptaciones a la pantalla grande en 1939. El título, por tanto, se ha convertido no sólo de un clásico de la literatura universal, sino también es un clásico cinematográfico.

«Lo que el viento se llevó» es una novela contada de tal manera que tiene la capacidad de llevar a sus lectores hasta hace dos siglos y mirar la vida de entonces. La obra narra una de las historias de amor más emblemáticas de la literatura, que algunos editores han comparado en su importancia narrativa con la de Romeo y Julieta, aunque con distinto tenor. A su vez, ahonda en la herida del Sur de los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión (Guerra Civil estadounidense). Es, por ello, una novela tanto histórica como romántica.   


Sin embargo, a pesar de su periodo de creación y su título tan poético no se trata de un romance de estereotipo
. Margaret Mitchell fue, en el sentido de las concepciones femeninas, adelantada a su época. Y la historia de amor que encierra su libro es más bien una contienda casi tan bélica como la guerra misma que se desarrollaba paralelamente. Aunque apretó terriblemente los corsés de su protagonista y no la liberó jamás de sus enaguas Scarlett O'Hara, su personaje, fue una rebelde con las normas sociales, mandatos de género y hasta con la maternidad.

¿Qué se llevó el viento?


El viento sopló muy fuerte en los Estados Unidos cuando Abraham Lincoln ganó las elecciones de 1880 y el sur temió que dictaminase la abolición de la esclavitud. La región ostentaba plantaciones infinitas y pujanza económica, por lo cual no solo permitía, sino también defendía a capa y espada la tenencia de esclavos negros como un modelo de economía y de producción. Once estados sureños, entre ellos Carolina del Sur, Mississippi, Georgia y Florida, se opusieron de tal manera a la posible liberación de esclavos que determinaron su independencia de los Estados Unidos y crearon Los Estados Confederados de América, eligieron su propio gobierno, diseñaron una bandera y conformaron un ejercito. Éste más tarde se enfrentaría con las fuerzas armadas estadounidenses que finalmente doblegaron al ejercito de la joven nación. La contienda bélica dejó como saldo fatal 750 mil muertos. 


Margaret Mitchell concibe su obra desde la visión del sur y es una suerte de denuncia sobre los despojos que sufrieron los sureños en manos de «los yanquis». La autora escribió su novela desde 1926 hasta 1936; su creación ocurre, entonces, 60 años después de la caída del sur, es decir, escribió con las heridas aún abiertas. Las relaciones de esclavitud se muestran en su narración extrañamente paternales y protectoras. Mitchell hace énfasis en el cariño que existía entre esclavos y esclavistas antes de que los estadounidenses los liberaran y en sus palabras los dejaran «desprotegidos» (lejos de sus dueños). 

La cultura de la cancelación

En junio del pasado año HBO retiró temporalmente de su plataforma la película «Lo que el viento se llevó». La decisión fue tomada luego de la publicación de un artículo de opinión del guionista de «12 años de esclavitud» John Ridley, el escritor hacía hincapié en que el film inspirado en el libro de Mitchell «glorificaba la esclavitud e ignoraba sus horrores». 

No tardaron en dar el grito al cielo quienes acusaron a los precursores de la propuesta como progres (progresistas en el sentido peyorativo de la palabra) que querían eliminar la historia. 

La cinta fue repuesta por la plataforma semanas más tarde cuando incluyó antes del inicio una advertencia de contenido.


¿Es realmente «Lo que el viento se llevó» una obra racista o es un exceso de lo políticamente correcto calificarla así?

Soy contraria a la cultura de la cancelación. Nada del pasado debe cancelarse bajo la exquisita lupa de la corrección del presente. Sería una soberbia retirar la producción que fue antes de nosotros. Aquello nos sirve para comprender a los hombres y mujeres del pasado.

Sin embargo, hay que admitir, también, que a pesar de que esta novela es una gran obra y un gran clásico contiene sentencias que al menos hoy serían escandalosas. Es común encontrarse con párrafos que hablan de la escasa capacidad intelectual de los negros, «son como niños que necesitan de sus dueños», reflexiona la protagonista o recuerda las amorosas palabras de su madre cuando le enseñó a «tratar a los seres inferiores con mucho cuidado, especialmente a los negros». O la autora estaba convencida de «la supremacía blanca» o quiso hacer una semblanza de la idiosincrasia de entonces, eso no me queda claro. En todo caso, tales enunciados hoy hacen ruido, aunque insisto no debería por aquello cancelarse ninguna obra. 

Nostalgia 

El punto más fuerte de la autora y de su obra fue su capacidad de diseñar la historia de tal manera que el libro es casi una máquina del tiempo con destino a la mitad del 1800. El lector casi casi podrá sentir la sensación de pisar las plantaciones; es probable que a las mujeres nos apriete el brasier y bendeciremos a quién sea que haya sido el alma bondadosa y revolucionaria que eliminó aquellos elementos de tortura como fueron los corsés. Los olores a ceniza, a velas y a aceite de lámparas también parecen sentirse, junto a alguna maciza ventana. Mientras fuera, suenan las espuelas de algún caballo y hombres corren de un lado al otro cuando el humo se alza de lejos iluminado por una media luz. 


Escritura

«Lo que el viento se llevó» es una obra que por poco no fue. En primera instancia Mitchell se volcó de lleno a escribir la historia que con retazos de relatos familiares y textos históricos armó en su cabeza y le dio vida. Sin embargo, después de más de mil hojas escritas y de cuatro años de labor, la autora confinó su ampuloso manuscrito a alguna gaveta de proyectos inconclusos, para entonces, había conseguido hilar bien casi toda la historia y le faltaba solo el inicio. No fue hasta 1935 que Mitchell desempolvó su manuscrito y lo presentó sin mucho entusiasmo al editor Harold Macmillan Latham, fue el editor quien la animó a concluirla con la promesa de publicarla. Así, en junio de 1936, se publicó esta obra que vendió un millón de copias ese mismo año y pasó de inmediato al interés hollywoodense. (Hoy se vendieron más de 80 millones de ejemplares y fue traducida a 27 idiomas).

Película

El 15  de diciembre de 1939 pasó a la historia estadounidense como uno de los días más importantes del séptimo arte. Tras cuatro años de intenso trabajo y adaptaciones y readaptaciones del guion, América estrenaba una de las películas más taquilleras de su historia y un emblema de los años dorados del cine: «Lo que el viento se llevó». Como el arte es capaz de reconciliar lo irreconciliable, la historia que había sido escrita con cierto resentimiento respecto a los estadounidenses era acogida por estos que, a su vez, levantaron el día del estreno banderas confederadas en el desfile previo. Ese fue el día que los estadounidenses del norte y del sur se miraron con empatía. Aunque no todo fue color de rosa, las leyes segregacionistas de entonces no permitieron que las actrices de color del film pudieran asistir al evento. La producción arrasó con los premios de la Academia con 13 nominaciones y 10 galardones, entre ellos, «Mejor película»


Margaret Mitchell nació en Atlanta el 8 de noviembre de 1900 donde se pasó la infancia prestando atentos oídos a los veteranos de la Guerra Civil y de los ciudadanos del Sur. Eran ellos su fuente de inspiración cuando escribía cuentos que recaían siempre en la Guerra que tanto la había marcado. Fue periodista y escritora. Murió el 16 de agosto de 1949, a los 48 años, tras ser atropellada por un taxista que conducía en estado de ebriedad. 


Mi experiencia y 
conclusión

Disfruté mucho de esta lectura que me raptó de este siglo y me llevó a otro. Qué agradable poder escaparse un momento a otras épocas cuando uno siente desasosiego con lo que nos tocó vivir en nuestro siglo. Entonces llegas a esos lugares, ves a esas personas y te das cuenta que no, no somos ni los más desgraciados, ni los más infelices de la historia. Siempre hubo una época más dura que la nuestra; ¿el factor común? la resiliencia, siempre la resiliencia que nos obliga a reconstruir desde donde estemos. 

El último capitulo del libro me resultó amargo porque por un lado cerraba una historia que me acompañó por casi dos meses y me despedía de aquellos personajes que amé o detesté a lo largo de las páginas; y por otro lado, el día que cerré el libro coincidió con el día de la partida de mi padre a la eternidad.

Así que en mi caso ¿qué se llevó el viento? El viento se lo llevó a él. 


Claudia Campanini. 





martes, 29 de junio de 2021

Ensayo sobre la ceguera


Alguna vez me he levantado en medio de la oscuridad de la noche y por comodidad o por mera flojera decidí no encender la luz. Entonces confirmaba lo que había pensado un sinnúmero de veces en mi vida: «Si fuera ciega me muero de hambre». No soy capaz de enchufar alguna lámpara a ciegas, no soy hábil para encontrar cosas con el tacto y más de una vez hice caer cosas con un efecto dominó impresionante a las tres de la mañana. Sin ojos, posiblemente, quedaría paralizada.

José Saramago fue más lejos al plantearse la problemática de la ceguera: ¿Qué pasaría en un mundo donde la gente tuviera ojos, pero de nada le servirían? Un mundo de gente ciega, donde nadie esté adiestrado para sobrevivir, como lo hacen los ciegos comunes que han sabido desarrollar el resto de sus sentidos. 


«Ensayo sobre la ceguera» es una de las obras más importantes de este autor portugués con tan peculiar estilo. A pesar del título no se trata de un ensayo, sino de una novela. La trama inicia en una esquina donde surge el primer caso de ceguera, seguido de una posible epidemia, una tortuosa cuarentena y una inevitable pandemia: «el mal blanco» o «la ceguera blanca».

Es peculiar el estilo de Saramago porque no le pone nombre a ninguno de los personajes en toda la obra, pero se da la manera para identificarlos. Otra característica del autor es su forma cronística de narrar los hechos. Aunque todas las escenas se presentan crudas y sin contemplaciones, le da respiro a los lectores, de tanta calamidad, con reflexiones psicológicas de las personas y de las sociedades. Además deja escapar miradas poéticas sobre cada asunto, esto (su ser poético) parece haber sido más fuerte que él, quien procuraba una rigurosidad narrativa.


Su protagonista es un potente personaje: una mujer. Aspecto que quizá hoy se valoraría mucho más que en 1995, cuando se publicó la obra. Sobre «la mujer del médico» radica la fortaleza de un remanente de ciegos que ella sabe guiar, aunque a veces lo haga sumida en ataques de desesperación y pánico. 

«Ensayo sobre la ceguera» es una novela que hace una profunda crítica a las sociedades que inmersas en crisis como lo es, por ejemplo, una pandemia tienden a revelar lo peor (y lo mejor) de sí. Es en este tipo de situaciones que las personas sacan a flote su verdadera esencia, ya sea esta egoísta, solidaria, humana o sádica. A priori, la novela podría juzgarse como catastrófica, todo lo peor que pudiera pasar en el mundo, pasa aquí, pero encierra también un gran sentido: la lucha del ser humano por conservar no solo la vida, sino también la dignidad, sobre todo, la dignidad, pienso que la obra está enfocada en ese último aspecto.


Saramago fue un autor que supo decir y supo callar. Después de escribir sus primeras novelas en la década de los cuarenta, decidió hacer un silencio que duró 20 años. Luego de esta prolongada pausa creativa volvió a escribir y no pararía más. En su vida logró un total de 20 novelas que le significaron la misma cantidad de premios, el más importante de ellos, el Premio Nobel de Literatura en 1998.

José Saramago fue escritor, periodista y dramaturgo. A pesar de que su familia no pudo costearle ningún tipo de estudios universitarios, el autor supo formarse solo, encerrado en las bibliotecas con horarios nocturnos. La lectura de clásicos universales le permitió forjar su talento que más adelante le significaría ser reconocido por al menos 18 universidades. Murió el 18 de junio de 2010 a causa de una leucemia. 


Leer esta novela, justo en el momento que atravesamos una crisis de salud mundial, me hizo entender que no son completamente inútiles las pandemias. En una pandemia el ser humano se muestra tal cual es. Allí se explica que los entornos del poder no se sonrojen al vacunarse antes que los vulnerables, ni lo hagan quienes emiten millonarias facturas a moribundos, tampoco quienes secuestran oxígeno a los asfixiados. Para eso nos sirven las desgracias como esta, para mirarse uno, para mirar al otro, y saber de qué somos capaces como individuos y como sociedad; aunque es cierto también que algunos optaran por quedar ciegos voluntariamente o fingirán ceguera porque a veces «es mejor no ver». 



Claudia Campanini. 

Cometas en el cielo

«Afganistán, un lugar. Un lugar en alguna parte del mundo. Algo terrible pasa ahí. Y pasa desde hace mucho tiempo, ¿no?».  IMAGEN: AMBER CLA...