Esta reseña, que no será exactamente una reseña, quiero dedicarla a todas las personas que están atravesando por una pérdida. Quiero dedicarla a sus silencios, a sus preguntas sin respuestas, a sus ganas de señales... Va por quienes nos quedamos y por quienes se han ido.
Y justamente así fue. En enero de 2021 abandoné un libro (un mundo). Había empezado el año entusiasmada con 1984 de George Orwell. Esta reseña, que insisto no es reseña, tendría que haber sido sobre aquel libro. Pero un día de enero todas las letras del mundo dejaron de formar palabras. La pandemia dejó sus huellas en mi vida. Empecé a perder familiares y amigos, uno tras otro, uno tras otro, uno tras otro... hasta que el último me dejó casi sin aire. ¡Estoy harta! Fue mi reclamo. Estaba harta de enterarme de agonías silenciosas y de muertes solitarias.
Duelo. Qué palabra tan fácil y, como suceso, ¡qué difícil transitarlo! Es un proceso en el que nadie más puede estar, porque solo tú entiendes tus pérdidas y tus dolores ¡penosa la situación de quién tiene que explicar por qué esa muerte lo hiere! El duelo empieza justo en el momento que recibes esa llamada, ese mensaje o esa mirada: "Lo siento tanto..." te dice con tristeza el portador de la mala noticia y tú lo entiendes todo; o como se hizo ya común, cuando ves, en el inmenso obituario en que se convirtieron las redes sociales, el rostro sonriente de algún amigo querido que ignoraba que la Parca se acercaba a arrebatarlo. ¡Injusto!
Inicia, entonces, una cuesta arriba. La psicología explica que la psiquis herida se defiende con sus armas primeras, he ahí la negación y el enojo. «¡Imposible! Debe ser un homónimo.», respondí yo, por ejemplo, o el inevitable: ¡No puede ser! ¡Él no! ¡Ella no! Como si en el fondo creeríamos que las personas que queremos son, por ese mismo hecho, inmortales. Porque la muerte es un hecho muy natural y cotidiano que les pasa a todos... «a otros... pero cuando ese suceso 'tan estadístico' toca a uno de los tuyos se convierte en un hecho injusto» inexplicable e imposible.
«¿Qué es lo que has perdido?». Esa es la pregunta más recurrente que analistas y tanatólogos plantean a los dolientes; según los especialistas, lograr responderla es un gran paso para elaborar el duelo. No es «¿A quién has perdido?», es «¿Qué has perdido cuando esa persona se fue?"; y hallar una respuesta a esa pregunta es lo verdaderamente difícil, porque tiene que ver más con la muerte de uno mismo que con la del otro. Según cita Rolón, en el libro del que vengo a hablarles, Freud llamó a sus duelos «una herida narcisista» ya que en la pérdida, explica Gabriel, no solo se hace duelo por el que se va, sino también por la parte de uno mismo que exhala en ese mismo momento en que dejas de ser «el hijo», «la madre», «el amante», «el hermano», «el amigo» de quién se fue... muere una parte de ti con la persona que entierras, porque en ese momento pierdes un rol.
«A menudo el sepulturero entierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd». Alphonse de Lamartine
Sin embargo, esta vez leer a Rolón fue para mí un viacrucis. El libro es un baño de realidad acerca de las pérdidas, y su impacto en el lector dependerá mucho del momento por el cual está pasando. Es un libro muy difícil de digerir si se está atravesando por la primera fase después de haber perdido a un ser querido, y por lo tanto, su lectura en ese momento puede resultar hasta tortuosa; probablemente en un periodo más calmado es quizá placentera.
Tentada por hallar explicaciones abandoné a Orwell y abracé a Rolón, a quien ya conocía y daba la casualidad que hace poquísimo había escrito sobre el tema. Entonces no lo dudé y compré la versión digital del libro, (única versión en Italia; en América Latina está disponible también la versión impresa). Abrí el libro con mucha esperanza de canalizar mis angustias, pero como ya dije, me encontré con la cruda verdad de lo que es una muerte, sobre todo por su carácter irreversible que a un inicio no se logra asumir.
Y ahí estaba yo, con «El Duelo» entre las manos y el duelo en el corazón. Y me enojé con Rolón por intelectualizar la muerte. «Creo que voy a abandonar este libro, es una verdadera tortura en este periodo», le dije a mi querida amiga, la psicóloga Syssi Velásquez. Syssi me recomendó pausar la lectura un par de días y volverla a enfrentar cuando me sienta lista. Deje pasar dos días y mi orgullo me reclamó no dejarme vencer por aquellas líneas. Entonces retomé la lectura con valor y con lágrimas. Fue un recorrido, como el autor advierte, como el de Dante... por los infiernos personales.
Rolón es un escéptico en el sentido de la fe y la eternidad. He ahí el punto más flaco que encontré en la obra. El analista pudo haber dejado esa «inexistencia total» que plantea como un supuesto y no como un hecho comprobado, como parece postularlo. Toda la literatura humana no bastará jamás para explicar qué hay más allá de lo humano. Eso, desgraciadamente lo descubriremos, si es que hay algo, cuando aquel conocimiento ya no se pueda transferir. Ningún vivo puede explicar a ciencia cierta lo que hay después de la muerte.
Yo, desde mi fe sí espero que haya algo más que nos permita los anhelados reencuentros y aquellos abrazos que duren un pedacito de eternidad.
Voy a compartir algunas frases tomadas del libro, algunas del autor, otras tantas de sus referencias bibliográficas:
«Los muertos, porque han vivido,
no pueden permanecer inertes».
John Berger.
«Nuestro estado no puede seccionarse.
Nosotros somos una sola carne
y perderte es lo mismo que perderme».
John Miltón.
«El verdadero cielo es poder reencontrar
la mirada de un amor perdido
o de un hijo muerto».
Gabriel Rolón.
«Es una ausencia tan brutal
que es uno mismo el que no está.
Y no sentir ningún dolor
es lo que duele más».
Alejandro Dolina.
«No hay mayor dolor que acordarse
del tiempo feliz en la desgracia».
Dante Alighieri.
«Algún día seremos ausencia».
Gabriel Rolón.
«El tiempo en que festejaban mi cumpleaños,
yo era feliz
y nadie estaba muerto».
Fernando Pessoa.
«Soy feliz... Soy un hombre feliz
y quiero que me perdonen este día
los muertos de mi felicidad».
Silvio Rodríguez.
«El dolor es la última barrera
que nos defiende
de caer en la muerte o en la locura».
Juan David Nasio.
«Es adulto aquel que
cualquiera que sea su edad,
ha perdido a alguien».
Michel Tournier.
El libro tiene una gran cantidad de frases, aforismos y teorías.
Mi conclusión:
El duelo es esa parte oscura, solitaria y desesperante que poco a poco vas resolviendo. Sabes que saldrás, sabes que volverás al mundo, pero sabes también que volverás como otra persona, una parte de ti se diluye o quizá se transforma. Cada muerte que sufrimos se lleva una vida nuestra, pero nos deja también un nacimiento, diremos entonces: «empiezo una nueva etapa, en un mundo ya sin ti». Encontrar los sentidos a ese nuevo mundo es el verdadero desafío y la verdadera curación. La herida se hace finalmente cicatriz y el dolor, que estará siempre, empieza a ser un fantasma amable ya sin ganas de torturar.
Apunte:
Ya que el 2021 ha empezado tirano, volveré a mis pasos y me refugiaré en 1984, ya no seré la misma que cerró el libro el 26 de enero. Seré otra cuando lo vuelva a abrir, otra, pero con ganas de reencontrarme.
"No olvides que no se olvida,
hacia atrás o hacia adelante.
Ya el castigo fue bastante
¡reincorpórate a la vida!
Con audacia, sin alertas,
con razón o sin motivo,
Mujer de Lot te prohíbo
que en estatua te conviertas" .
Mario Benedetti.
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