Para hablar de «Mujercitas» habría que empezar por su título, que de por sí sopla en la novela un viento cursi, aunque debemos decir que el diminutivo viene de esa terrible costumbre nuestra, los hispanohablantes, de decirlo todo en chiquito, así como para sonar menos toscos. Por lo tanto, aquello no es responsabilidad de la autora, quien tituló su obra como «Little Women», es decir: «Pequeñas mujeres».
«Es
siempre más sencillo cancelar lo que no se entiende que tratar de entenderlo»,
decía hace poco el escritor español Arturo Pérez-Reverte y me parece que este
es uno de los casos. «Mujercitas» fue un libro gestado en una época en que los
hombres partían a la guerra y las mujeres cosían y hacían pan, así que creo que
estos aspectos impresos en la obra son el reflejo de la sociedad americana
durante el siglo XIX, y no es que nos vamos a escandalizar, dos siglos más
tarde, por la realidad de entonces. ¿Qué dirán de nosotros de aquí a dos
siglos?
Por
supuesto que la obra tiene defectos, pero que antes sus fueron virtudes; entre
ellos, la falta de personajes grises, la madre es sabia, el padre es
comprensivo, las hijas hacendosas, los vecinos amables... Casi casi me animaría
a decir que hay más maldad en «La pequeña casa en la pradera» que en
«Mujercitas». Tal vez la explicación esté en que era una libro escrito para
adolescentes; sin embargo, al mismo tiempo hay un elemento, para sus días,
revolucionario. Si bien la autora puso a bordar a las pequeñas mujeres, «como
era debido», también las hace irrumpir en mundos reservados en su mayoría para
hombres: las artes.
Las
protagonistas de la historia son cuatro hermanas: Meg, Jo, Amy y Beth. La
primera, Meg, es quizá la única de las hermanas con más vocación doméstica que
artística, aunque se inclinaba por el teatro. La segunda hermana, Jo, era
escritora (y ya sabemos todo lo que Virginia Woolf investigó sobre las penurias
que pasaba una mujer que quisiera escribir). Amy es pintora y escultora y Beth es pianista. Se lee fácil, a nadie impresiona, y no resulta un mérito,
claro que no, si miramos con nuestra soberbia mirada de hoy, pero a las mujeres
de antes les debemos todo aquello que hoy nos parece tan irrelevante y damos
por descontado, como mi derecho, por ejemplo, a estar escribiendo estas
líneas.
Para mí,
Louisa May Alcott, la autora, no era machista, no lo creo, porque más bien, y
me parece que, sin quererlo, sus personajes masculinos tienden a estar casi
disueltos en su obra que, por ejemplo, casi ignora al padre a pesar de su paso
por la guerra; pero sí creo que fue una mujer construida con los estándares de
entonces: tiende a moralizar y sermonear de cuando en cuando a través de sus
personajes, ese me parece el punto más flaco de la obra. El libro carece de
puntos de reflexión filosófica y abunda en algunas pautas del buen
comportamiento (no solo para las mujeres), supongo, como he dicho antes, por el
público joven que fue elegido como lector.
«Mujercitas»
es una obra con gran contenido autobiográfico. La familia protagonista, los
March, está igualmente compuesta que la familia real de la autora: padre, madre
y cuatro hermanas. Cambian algunos aspectos en los que la autora optó por la
ficción: la más sustancial diferencia entre ella y el personaje que la
representa está justamente al final de la obra.
Louisa May
Alcott nació en Pensilvania, Estados Unidos, el 29 de noviembre de 1832. Dedicó
su vida a la creación literaria. A pesar de que «Mujercitas» se convirtió en su
título más popular, fue una prolífica escritora, cuya obra abarca más de 40
títulos. Alcott murió el 6 de marzo de 1888, a los 55 años, en Boston, víctima
de un accidente cerebrovascular.