Hace algunos días lancé una pregunta en Twitter que ahora parafraseo: ¿Por qué el Gobierno parece interesado en exacerbar los ánimos, de un lado y otro, en el país?
Las respuestas fueron diversas, pero apuntaban a lo mismo: "el gobierno necesita generar inestabilidad para allanar el retorno del expresidente".
Con esta introducción política abro esta reseña. En este blog no he tratado nunca algún tema político, pero el libro del que hoy les hablaré amerita la excepción.
1984 no es estrictamente un libro político, pero allí radica su eje; es una novela distópica (lo contrario que una utópica). Cuenta la historia de Winston Smith, personaje protagonista, durante el régimen de la "Revolución del Partido". Está ambientada en la ficción del gran estado de Oceanía. El sistema político instalado ha controlado a sus ciudadanos a tal punto que ellos no recuerdan como era la vida antes. Todos los libros anteriores a la revuelta han sido desechados, las noticias han sido cambiadas y los periódicos, incluso los pasados, son constantemente modificados. Lo único con lo que cuentan los ciudadanos, ya embrutecidos de tanta ideología, es con discursos que hacen referencia a que la vida antes de que "El Gran Hermano" llegue al poder era una tiranía de los antipatrias.
En la obra, cada tanto el gobierno organiza la semana del odio que va dirigida a alimentar los resentimientos de los súbditos contra un enemigo que ya ni siquiera recuerdan y no están muy seguros de que exista, pero el odio está instalado en sus corazones.
¿Y en los hechos?
Lo cierto es que a partir de aquella "Revolución", elementos tan básicos como el olor a café (verdadero), el sabor del chocolate o el tabaco han sido olvidados, o moran en algún débil recuerdo de infancia; los alimentos se racionalizan, al igual que las libertades. "El Partido" controla cada movimiento de los ciudadanos militantes que viven generalmente trabajando en oficinas del Estado. Al proletariado no se lo controla bajo la premisa que "no tienen intelecto".
1984 fue una novela futurista. Escrita al alrededor de 1946. Podría haber sido una crítica al socialismo estalinista, pero también al exterminio nazi, George Orwell, su autor, había sido testigo de las dos guerras mundiales, de sus horrores, extremos, pero sobre todo del manejo del pensamiento humano de entonces. Además, expresó su sincera preocupación por como la "verdad" era manipulada a diario durante la Guerra Civil española.
Es visionaria también porque Orwell imaginó que los ciudadanos poseían, de manera impuesta, pantallas en sus casas no solo capaces de trasmitir en directo información sesgada todo el día, avivar sus odios y llamar al compromiso nacional, sino también de realizar una escucha de los ciudadanos. ¿Habrá pensado Orwell que menos de cien años después de escrita su obra cohabitaríamos con nuestras pantallas en mano que azuzan nuestras indignaciones y nos invitan a develar nuestros pensamientos?
La novela resulta un espejo. 1984 es una obra que toda persona debería leer, para nunca (o nunca más) ser manipulada ni usada con fines políticos, ideológicos, partidarios y hasta religiosos. Al fin y al cabo las estrategias son siempre las mismas, más allá de donde vengan cuando se trata de controlar voluntades y pensamientos.
La respuesta a la interrogante que me había planteado llegó de la mano de George Orwell. "Los estados necesitan que la guerra continúe eternamente", "Es necesario que un fanático sea crédulo e ignorante cuyos estados de ánimo predominantes sean el miedo, el odio, la adulación y el triunfo".
George Orwell nació el 25 de junio de 1903 en Montihari, India, aunque radicó gran parte de su vida en Londres. Su verdadero nombre fue Eric Arthur Blair, sin embargo escribió bajo el seudónimo de Orwell toda su obra. Fue periodista de guerra, critico y escritor. 1984 fue su última creación. El autor murió pocos meses después de publicarla a causa de una tuberculosis; tenía 47 años.
"No olviden el pasado ni como ocurrieron los hechos, porque les van a cambiar las noticias a fin de que la falacia quede escrita como 'la verdadera historia'".
Y sí, ya lo hacen. En el 1984 que nos planteó esta manipulación la hacía el "Ministerio de la Verdad"; hoy lo hacen los ministerios encargados de la comunicación, que en la práctica podrían llamarse fácilmente: "el Ministerio de la Posverdad".